lunes, 26 de septiembre de 2011

El Emigrante cósmico terrenal.

Llego como un extraño, y para muchos, se fue como un familiar. 13 días duró su visita en este pueblo tan pequeño, tan alejado de las mejoras tecnológicas y tan cerca de las creencias poco probadas por la ciencia. Sus enseñanzas nunca fueron compradas, fueron intercambiadas por cosas básicas para su sobrevivencia: Techo, baño, comida y bebida. Disfrutaba tanto de la noche como del día, jugando a ser predicador y maestro durante el día, y un buscador de placeres carnales por las noches.
Dos personalidades diferentes en un solo cuerpo. Mostrando que dos cosas completamente opuestas pueden existir en una misma persona.
Les enseño a los habitantes distintas técnicas para que pudieran seguirse desarrollando. Usando un espejo envuelto con un pañuelo negro, les enseño a atraer la energía solar y redirigirla hacia sus cosechas para que estas sudaran, para así, poder extraer esa agua y tener una reserva especial en caso de sequia. Un ciclo completo.
Les enseño a convivir con los animales que rodeaban su pueblo y atacaban a los habitantes. A cuidar de ellos, alimentarlos. En los últimos días de su estancia, se podía observar en el pueblo a esos temibles animales y a los habitantes andar por el pueblo en plena armonía.
Todo esto lo hizo con el apoyo de ese pueblo el cual lo despidió con muchos regalos, de los cuales no acepto ninguno y simplemente acepto despedirse de todos en un gran abrazo grupal.
Justo antes de que se marchara cruzamos miradas y le pregunte:
-¿Olvida usted algo?
-Ojalá así fuera. Es un pueblo muy agradable, pero no. Tengo mi libro, tengo mi sueño, me tengo a mí y estaré bien.  
Suficiente razón para entenderlo y no insistir en que se quedara.

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