La palabra “verga” puede ser utilizada tanto en
oraciones positivas como “ese carro está bien verga” o en oraciones negativas
como “que te atrape la tira esta de la
verga”. Aun así, esta palabra, que en si mucha gente la considera muy fuerte, a
mí no me causa problema el decirla o escribirla, no después de haber escuchado la
frase “aquí, aguantando la verga”.
Hace ya algunos ayeres (bastantes), convivía
mucho con mi familia paterna. Paseaba entre los callejones de sus barrios,
jugaba a “las traes” entre los pasadizos de sus vecindades, y convivía con esas
personas nocturnas que de día eran mal vistos por algunos vecinos. Una de estas
personas era una mujer.
Dedicada al oficio más antiguo del mundo por
necesidad (como la mayoría), pero convencida que no se dedicaría a eso por
mucho (como todas). Con estudios truncos a causas de fuerza mayor. Amante de
leer y conocer cosas nuevas. Mentalmente preparada para ser la sonriente y
amable vecina por las tardes, como para convertirse en una femme fatale de
barrio por las noches. Capaz de preparar el desayuno por la mañana y despertar
a alguien con un beso, como capaz de tumbarle a puñetazos o a zapatillazos de
plataforma los dientes a cualquier hijo de vecina que quisiera propasarse con
ella o con cualquiera de sus Coworkers.
Siempre que la veía, por las mañanas, era muy
agradable saludarla o platicar con ella. Saber sobre lo último que leyó, lo
aburrido que consideraba la televisión nacional y sus programas, lo mucho que
disfrutaba el salir e ir de paseo a los museos del centro, en fin. Por la noche
era otra cosa. Simplemente el mirarla fijamente a los ojos transmitía esa señal
de “Mujer a la defensiva/ si no ayudas, no estorbes”.
Por las mañanas podría saludarla y preguntarle “¿Cómo
has estado?” sin miedo y esperar una respuesta, sin embargo cuando me atreví a
hacerlo por la noche, su respuesta no fue la clásica respuesta “Bien, ¿y tú? ¿A
dónde iremos de paseo?” o algo así. Fue un “Aquí, aguantando la verga”.
Primero sentí un golpe muy fuerte a la percepción
que tenía sobre ella. Analice y me di cuenta de que no estaba hablando con
aquella mujer que veía en las mañanas. Estaba frente a una Femme Fatale de
barrio hecha y derecha. Formada desde pequeña en lo que muchos consideran
mentiras, pero pocos conocen y saben lo que es el barrio.
Dudé si debía irme disimulando el hecho de que
mis sentimientos habían sido golpeados frente a ese cambio o debía permanecer ahí,
aguantando. Ella no era la misma persona que yo conocía por las mañanas. ¿Por
qué yo, debería ser el mismo que era por las mañanas? Decidí quedarme y
embestirla con la curiosidad de saber que es aguantar la verga.
“Mañana aquí te cuento, ya llegaron por mí”.